domingo, 22 de mayo de 2011

LAS 20 VERDADES PERONISTAS


1º) La verdadera democracia es aquella donde el gobierno hace lo que el pueblo quiere y defiende un solo interés: el del pueblo.

2º) El peronismo es esencialmente popular. Todo circulo político es antipopular y, por lo tanto, no peronista.

3º) El peronista trabaja para el MOVIMIENTO. El que en su nombre sirve a un circulo, o a un caudillo; lo es sólo de nombre.

4º) No existe para el peronismo más que una sola clase de hombres: los que trabajan.

5º) En la NUEVA ARGENTINA el trabajo es un derecho, y es un deber, porque es justo que cada uno produzca por lo menos lo que consume.

6º)Para un peronista no puede haber nada mejor que otro peronista.

7º)Ningún peronista debe sentirse más de lo que es ni menos de lo que debe ser. Cuando un peronista comienza a sentirse más de lo que es, empieza a convertirse en oligarca.

8º) En la acción política la escala de valores de todo peronista es la siguiente: Primero la Patria, después el Movimiento y luego los hombres.

9º) La política no es para nosotros un fin, sino solo el medio para el bien de la Patria, que es la felicidad de sus hijos y la grandeza nacional.

10º) Los dos brazos del peronismo son la justicia social y la ayuda social. Con ellos damos al pueblo un abrazo de justicia y amor.

11º) El peronismo anhela la unidad nacional y no la lucha. Desea héroes pero no mártires.

12º) En la NUEVA ARGENTINA los únicos privilegiados son los niños.

13º) Un gobierno sin doctrina es un cuerpo sin alma. Por eso el peronismo tiene una doctrina política, económica y social: el Justicialismo.

14º) El Justicialismo es una nueva filosofía de la vida, simple, práctica, popular, profundamente cristiana y profundamente humanista.

15º) Como doctrina política, el Justicialismo realiza el equilibrio del derecho del individuo con el de la comunidad.

16º) Como doctrina económica, el Justicialismo realiza la economía social, poniendo el capital al servicio de la economía y esta al servicio del bienestar social.

17º) Como doctrina social el Justicialismo realiza la justicia social, que da a cada persona su derecho en función social.

18º) Queremos una Argentina socialmente Justa, económicamente Libre y políticamente Soberana.

19º) Constituimos un gobierno centralizado, un estado organizado y un pueblo libre.

20º) En esta tierra lo mejor que tenemos es el pueblo.

(Juan D. Perón)

jueves, 19 de mayo de 2011

Esa Mujer, Rodolfo J Walsh


El coronel elogia mi puntualidad:
­Es puntual como los alemanes ­dice.
­O como los ingleses.
El coronel tiene apellido alemán.
Es un hombre corpulento, canoso, de cara ancha, tostada.
­He leído sus cosas ­propone­. Lo felicito.
Mientras sirve dos grandes vasos de whisky, me va informando, casualmente, que tiene veinte años de servicios de informaciones, que ha estudiado filosofía y letras, que es un curioso del arte. No subraya nada, simplemente deja establecido el terreno en que podemos operar, una zona vagamente común.
Desde el gran ventanal del décimo piso se ve la ciudad en el atardecer, las luces pálidas del río. Desde aquí es fácil amar, siquiera momentáneamente, a Buenos Aires. Pero no es ninguna forma concebible de amor lo que nos ha reunido.
El coronel busca unos nombres, unos papeles que acaso yo tenga.
Yo busco una muerta, un lugar en el mapa. Aún no es una búsqueda, es apenas una fantasía: la clase de fantasía perversa que algunos sospechan que podría ocurrírseme.
Algún día (pienso en momentos de ira) iré a buscarla. Ella no significa nada para mí, y sin embargo iré tras el misterio de su muerte, detrás de sus restos que se pudren lentamente en algún remoto cementerio. Si la encuentro, frescas altas olas de cólera, miedo y frustrado amor se alzarán, poderosas vengativas olas, y por un momento ya no me sentiré solo, ya no me sentiré como una arrastrada, amarga, olvidada sombra.
El coronel sabe dónde está.
Se mueve con facilidad en el piso de muebles ampulosos, ornado de marfiles y de bronces, de platos de Meissen y Cantón. Sonrío ante el Jongkind falso, el Fígari dudoso. Pienso en la cara que pondría si le dijera quién fabrica los Jongkind, pero en cambio elogio su whisky.
El bebe con vigor, con salud, con entusiasmo, con alegría, con superioridad, con desprecio. Su cara cambia y cambia, mientras sus manos gordas hacen girar el vaso lentamente.
­Esos papeles ­dice.
Lo miro.
­Esa mujer, coronel.
Sonríe.
­Todo se encadena ­filosofa.
A un potiche de porcelana de Viena le falta una esquirla en la base. Una lámpara de cristal está rajada. El coronel, con los ojos brumosos y sonriendo, habla de la bomba.
­La pusieron en el palier. Creen que yo tengo la culpa. Si supieran lo que he hecho por ellos, esos roñosos.
­¿Mucho daño? ­pregunto. Me importa un carajo.
­Bastante. Mi hija. La he puesto en manos de un psiquiatra. Tiene doce años ­dice.
El coronel bebe, con ira, con tristeza, con miedo, con remordimiento.
Entra su mujer, con dos pocillos de café.
Contale vos, Negra.
Ella se va sin contestar; una mujer alta, orgullosa, con un rictus de neurosis. Su desdén queda flotando como una nubecita.
­La pobre quedó muy afectada ­explica el coronel­. Pero a usted no le importa esto.
­¡Cómo no me va a importar!... Oí decir que al capitán N y al mayor X también les ocurrió alguna desgracia después de aquello.
El coronel se ríe.
­La fantasía popular -dice-. Vea cómo trabaja. Pero en el fondo no inventan nada. No hacen más que repetir.
Enciende un Marlboro, deja el paquete a mi alcance sobre la mesa.
-Cuénteme cualquier chiste -dice.
Pienso. No se me ocurre.
­Cuénteme cualquier chiste político, el que quiera, y yo le demostraré que estaba inventado hace veinte años, cincuenta años, un siglo. Que se usó tras la derrota de Sedán, o a propósito de Hindenburg, de Dollfuss, de Badoglio.
-¿Y esto?
­La tumba de Tutankamón -dice el coronel-. Lord Carnavon. Basura.
El coronel se seca la transpiración con la mano gorda y velluda.
-Pero el mayor X tuvo un accidente, mató a su mujer.
­¿Qué más? ­dice, haciendo tintinear el hielo en el vaso.
-Le pegó un tiro una madrugada.
­La confundió con un ladrón ­sonríe el coronel . Esas cosas ocurren.
­Pero el capitán N. . .
­Tuvo un choque de automóvil, que lo tiene cualquiera, y más él, que no ve un caballo ensillado cuando se pone en pedo.
­¿Y usted, coronel?
­Lo mío es distinto ­dice­. Me la tienen jurada.
Se para, da una vuelta alrededor de la mesa.
­Creen que yo tengo la culpa. Esos roñosos no saben lo que yo hice por ellos. Pero algún día se va a escribir la historia. A lo mejor la va a escribir usted.
­Me gustaría.
­Y yo voy a quedar limpio, yo voy a quedar bien. No es que me importe quedar bien con esos roñosos, pero sí ante la historia, ¿comprende?
­Ojalá dependa de mí, coronel.
­Anduvieron rondando. Una noche, uno se animó. Dejó la bomba en el palier y salió corriendo.
Mete la mano en una vitrina, saca una figurita de porcelana policromada, una pastora con un cesto de flores.
-Mire.
A la pastora le falta un bracito.
­Derby -dice. Doscientos años.
La pastora se pierde entre sus dedos repentinamente tiernos. El coronel tiene una mueca de fierro en la cara nocturna, dolorida.
­¿Por qué creen que usted tiene la culpa?
­Porque yo la saqué de donde estaba, eso es cierto, y la llevé donde está ahora, eso también es cierto. Pero ellos no saben lo que querían hacer, esos roñosos no saben nada, y no saben que fui yo quien lo impidió.
El coronel bebe, con ardor, con orgullo, con fiereza, con elocuencia, con método.
-Porque yo he estudiado historia. Puedo ver las cosas con perspectiva histórica. Yo he leído a Hegel.
­¿Qué querían hacer?
­Fondearla en el río, tirarla de un avión, quemarla y arrojar los restos por el inodoro, diluirla en ácido. ¡Cuanta basura tiene que oír uno! Este país está cubierto de basura, uno no sabe de dónde sale tanta basura, pero estamos todos hasta el cogote.
­Todos, coronel. Porque en el fondo estamos de acuerdo, ¿no? Ha llegado la hora de destruir. Habría que romper todo.
-Y orinarle encima.
­Pero sin remordimientos, coronel. Enarbolando alegremente la bomba y la picana. ¡Salud! -digo levantando el vaso.
No contesta. Estamos sentados junto al ventanal. Las luces del puerto brillan azul mercurio. De a ratos se oyen las bocinas de los automóviles, arrastrándose lejanas como las voces de un sueño. El coronel es apenas la mancha gris de su cara sobre la mancha blanca de su camisa.
­Esa mujer ­le oigo murmurar­. Estaba desnuda en el ataúd y parecía una virgen. La piel se le había vuelto transparente. Se veían las metástasis del cáncer, como esos dibujitos que uno hace en una ventanilla mojada.
El coronel bebe. Es duro.
­Desnuda ­dice­. Éramos cuatro o cinco y no queríamos mirarnos. Estaba ese capitán de navío, y el gallego que la embalsamó, y no me acuerdo quién más. Y cuando la sacamos del ataúd -el coronel se pasa la mano por la frente­, cuando la sacamos, ese gallego asqueroso...
Oscurece por grados, como en un teatro. La cara del coronel es casi invisible. Sólo el whisky brilla en su vaso, como un fuego que se apaga despacio. Por la puerta abierta del departamento llegan remotos ruidos. La puerta del ascensor se ha cerrado en la planta baja, se ha abierto más cerca. El enorme edificio cuchichea, respira, gorgotea con sus cañerías, sus incineradores, sus cocinas, sus chicos, sus televisores, sus sirvientas, Y ahora el coronel se ha parado, empuña una metralleta que no le vi sacar de ninguna parte, y en puntas de pie camina hacia el palier, enciende la luz de golpe, mira el ascético, geométrico, irónico vacío del palier, del ascensor, de la escalera, donde no hay absolutamente nadie y regresa despacio, arrastrando la metralleta.
­Me pareció oír. Esos roñosos no me van a agarrar descuidado, como la vez pasada.
Se sienta, más cerca del ventanal ahora. La metralleta ha desaparecido y el coronel divaga nuevamente sobre aquella gran escena de su vida.
­...se le tiró encima, ese gallego asqueroso. Estaba enamorado del cadáver, la tocaba, le manoseaba los pezones. Le di una trompada, mire -el coronel se mira los nudillos­, que lo tiré contra la pared. Está todo podrido, no respetan ni a la muerte. ¿Le molesta la oscuridad?
­No.
­Mejor. Desde aquí puedo ver la calle. Y pensar. Pienso siempre. En la oscuridad se piensa mejor.
Vuelve a servirse un whisky.
­Pero esa mujer estaba desnuda -dice, argumenta contra un invisible contradictor-. Tuve que taparle el monte de Venus, le puse una mortaja y el cinturón franciscano.
Bruscamente se ríe.
­Tuve que pagar la mortaja de mi bolsillo. Mil cuatrocientos pesos. Eso le demuestra, ¿eh? Eso le demuestra.
Repite varias veces "Eso le demuestra", como un juguete mecánico, sin decir qué es lo que eso me demuestra.
-Tuve que buscar ayuda para cambiarla de ataúd. Llamé a unos obreros que había por ahí. Figúrese como se quedaron. Para ellos era una diosa, qué sé yo las cosas que les meten en la cabeza, pobre gente.
­¿Pobre gente?
­Sí, pobre gente.­El coronel lucha contra una escurridiza cólera interior­. Yo también soy argentino.
­Yo también, coronel, yo también. Somos todos argentinos.
­Ah, bueno ­dice.
­¿La vieron así?
­Sí, ya le dije que esa mujer estaba desnuda. Una diosa, y desnuda, y muerta. Con toda la muerte al aire, ¿sabe? Con todo, con todo...
La voz del coronel se pierde en una perspectiva surrealista, esa frasecita cada vez más rémova encuadrada en sus líneas de fuga, y el descenso de la voz manteniendo una divina proporción o qué. Yo también me sirvo un whisky.
­Para mí no es nada -dice el coronel­. Yo estoy acostumbrado a ver mujeres desnudas. Muchas en mi vida. Y hombres muertos. Muchos en Polonia, el 39. Yo era agregado militar, dése cuenta.
Quiero darme cuenta, sumo mujeres desnudas más hombres muertos, pero el resultado no me da, no me da, no me da... Con un solo movimiento muscular me pongo sobrio, como un perro que se sacude el agua.
­A mí no me podía sorprender. Pero ellos...
­¿Se impresionaron?
­Uno se desmayó. Lo desperté a bofetadas. Le dije: "Maricón, ¿ésto es lo que hacés cuando tenés que enterrar a tu reina? Acordate de San Pedro, que se durmió cuando lo mataban a Cristo." Después me agradeció.
Miró la calle. "Coca" dice el letrero, plata sobre rojo. La pupila inmensa crece, círculo rojo tras concéntrico círculo rojo, invadiendo la noche, la ciudad, el mundo. "Beba".
­Beba ­dice el coronel.
Bebo.
­¿Me escucha?
-Lo escucho.
Le cortamos un dedo.
­¿Era necesario?
El coronel es de plata, ahora. Se mira la punta del índice, la demarca con la uña del pulgar y la alza.
­Tantito así. Para identificarla.
-¿No sabían quién era?
Se ríe. La mano se vuelve roja. "Beba".
­Sabíamos, sí. Las cosas tienen que ser legales. Era un acto histórico, ¿comprende?
­Comprendo.
-La impresión digital no agarra si el dedo está muerto. Hay que hidratarlo. Más tarde se lo pegamos.
­¿Y?
­Era ella. Esa mujer era ella.
­¿Muy cambiada?
­No, no, usted no me entiende. lgualita. Parecía que iba a hablar, que iba a... Lo del dedo es para que todo fuera legal. El profesor R. controló todo, hasta le sacó radiografías.
­¿El profesor R.?
-Sí. Eso no lo podía hacer cualquiera. Hacía falta alguien con autoridad científica, moral.
En algún lugar de la casa suena, remota, entrecortada, una campanilla. No veo entrar a la mujer del coronel, pero de pronto esta ahí, su voz amarga, inconquistable.
­¿Enciendo?
­No.
­Teléfono.
­Deciles que no estoy.
Desaparece.
­Es para putearme ­explica el coronel-. Me llaman a cualquier hora. A las tres de la madrugada, a las cinco.
-Ganas de joder ­digo alegremente.
­Cambié tres veces el número del teléfono. Pero siempre lo averiguan.
­¿Qué le dicen?
­Que a mi hija le agarre la polio. Que me van a cortar los huevos. Basura.
Oigo el hielo en el vaso, como un cencerro lejano.
­Hice una ceremonia, los arengué. Yo respeto las ideas, les dije. Esa mujer hizo mucho por ustedes. Yo la voy a enterrar como cristiana. Pero tienen que ayudarme.
El coronel está de pie y bebe con coraje, con exasperación, con grandes y altas ideas que refluyen sobre él como grandes y altas olas contra un peñasco y lo dejan intocado y seco, recortado y negro, rojo y plata.
­La sacamos en un furgón, la tuve en Viamonte, después en 25 de Mayo, siempre cuidándola, protegiéndola, escondiéndola. Me la querían quitar, hacer algo con ella. La tapé con una lona, estaba en mi despacho, sobre un armario, muy alto. Cuando me preguntaban qué era, les decía que era el transmisor de Córdoba, la Voz de la Libertad.
Ya no sé dónde está el coronel. El reflejo plateado lo busca, la pupila roja. Tal vez ha salido. Tal vez ambula entre los muebles. El edificio huele vagamente a sopa en la cocina, colonia en el baño, pañales en la cuna, remedios, cigarrillos, vida, muerte.
-Llueve -dice su voz extraña.
Miro el cielo: el perro Sirio, el cazador Orión.
­Llueve día por medio ­dice el coronel-. Día por medio llueve en un jardín donde todo se pudre, las rosas, el pino, el cinturón franciscano.
Dónde, pienso, dónde.
­¡Está parada! -grita el coronel­. ¡La enterré parada, como Facundo, porque era un macho!
Entonces lo veo, en la otra punta de la mesa. Y por un momento, cuando el resplandor cárdeno lo baña, creo que llora, que gruesas lágrimas le resbalan por la cara.
­No me haga caso -dice, se sienta­. Estoy borracho.
Y largamente llueve en su memoria.
Me paro, le toco el hombro.
­¿Eh? -dice­ ¿Eh? -dice.
Y me mira con desconfianza, como un ebrio que se despierta en un tren desconocido.
-¿La sacaron del país?
-Sí.
­¿La sacó usted?
­Sí.
-¿Cuántas personas saben?
­DOS.
­¿El Viejo sabe?
Se ríe.
-Cree que sabe.
­¿Dónde?
No contesta.
­Hay que escribirlo, publicarlo.
­Sí. Algún día.
Parece cansado, remoto.
­¡Ahora! ­me exaspero­. ¿No le preocupa la historia? ¡Yo escribo la historia, y usted queda bien, bien para siempre, coronel!
La lengua se le pega al paladar, a los dientes.
-Cuando llegue el momento... usted será el primero...
­No, ya mismo. Piense. Paris Match. Life. Cinco mil dólares. Diez mil. Lo que quiera.
Se ríe.
­¿Dónde, coronel, dónde?
Se para despacio, no me conoce. Tal vez va a preguntarme quién soy, qué hago ahí.
Y mientras salgo derrotado, pensando que tendré que volver, o que no volveré nunca. Mientras mi dedo índice inicia ya ese infatigable itinerario por los mapas, uniendo isoyetas, probabilidades, complicidades. Mientras sé que ya no me interesa, y que justamente no moveré un dedo, ni siquiera en un mapa, la voz del coronel me alcanza como una revelación.
­Es mía -dice simplemente­. Esa mujer es mía.

Rodolfo j Walsh

Corso, Rodolfo J. Walsh



Vos sabés cómo nos divertimos, el corso era un asco pero nosotros nos divertimos igual. El Ángel se consiguió unos plumachos, diceque los trajo de la isla y que crecen en una planta, pero eran como plumasde avestruz. Después me fijé que en un quiosco los vendían a veinte sopes cada uno, qué atorrantes, imaginate que esas cosas crecen en los árboles y los tipos las venden a veinte mangos.
Hacía un tornillo que te la debo, pero igual las minas andaban casi en bolas en las carrozas, yo siempre digo que estas ñatas con tal de andar en
bolas hacen cualquier cosa. El Ángel y yo empezamos a pasarles los plumachos por las gambas, vos sabés qué plato. A las tipas les gustaba, pero algunas ponían cara seria para disimular, vamos, viejo, a quién no le gusta que le hagan cosquillitas. Un jetón que iba en una picá llena de florcitas le dijo al Ángel por qué no se las metés a tu abuela y el Ángel le refregó el plumacho por la cara. El tipo hizo como que se bajaba pero cuando nos vio las caras subió el vidrio y la dejó a la hermanita en el capó y el Ángel le rompió tres plumachos entre las gambas, estuvo exagerado.
Pero lo grande fue cuando vino el hindú en un forcito del tiempo e mama. Este hindú venía todo desnudo, menos un calzoncillo cerradito y un turbante en el melón con una piedra divina, te lo juro. Iba sentado en el capó, con las patas cruzadas, seguro que lo vio en el cine. Con una
mano se agarraba la barriga, y con la otra se tocaba la piedra del melón y después el pecho y saludaba, hablando bajito en un idioma. Pero lo mejor que hacía este hindú era que en cada bocacalle se tomaba un trago de un frasquito, prendía un fósforo y escupía unas llamaradas de samputa.
Cuando el Ángel lo vio, se quedó enloquecido y empezamos a seguirlo.
Yo le decía dejáme de joder, mirá las minas, y el Ángel nada, el hindú lo tenía entusiasmado, lo miraba de arriba abajo como si fuera Nélida
Roca. Ahí supe que iba a hacer una cagada, porque el Ángel será lo que vos quieras, menos eso.
Cuando quise acordar estábamos frente al palco el hindú con el forcito y al lado el Ángel y yo detrás. Entonces el hindú mirando el palco donde estaba el intendente, echa la cabeza para atrás y se manda un trago doble de la nasta, y mirando al cielo se arrima el foforito. Y en eso lo veo al
Ángel que levanta el plumacho y lo toca justito en el hueso de la garganta, y el hindú empieza a escupir fuego hasta por los ojos y se siente un olor a bife que no te cuento, el hindú parece que se quema, y yo hago lugar para los bomberos, o sea que me rajo. Y por la otra vereda lo veo al hindú que lo corre al Ángel, y ya no le habla en el idioma sino que le dice la puta que te parió, la puta que te parió, y menos mal que no lo agarra porque si no
lo mata. Al rato nos encontramos con el Ángel en la estación, el Ángel hace como que me habla en el idioma, y nos meamos de la risa, viejo, vos sabés qué plato.

Rodolfo J. Walsh

miércoles, 11 de mayo de 2011

Oración del Padre Mugica


Hoy, 11 May 2011, 37º aniversario del asesinato del sacerdote Carlos Mugica en manos de la Triple A en mayo de 1974



"Señor: Perdóname por haberme acostumbrado a ver que los chicos parezcan tener ocho años y tengan trece.
Señor: perdóname por haberme acostumbrado a chapotear en el barro. Yo me puedo ir, ellos no.
Señor: perdóname por haber aprendido a soportar el olor de aguas servidas, de las que puedo no sufrir, ellos no.
Señor: perdóname por encender la luz y olvidarme que ellos no pueden hacerlo.
Señor: Yo puedo hacer huelga de hambre y ellos no, porque nadie puede hacer huelga con su propia hambre.
Señor: perdóname por decirles 'no sólo de pan vive el hombre' y no luchar con todo para que rescaten su pan.
Señor: quiero quererlos por ellos y no por mí.
Señor: quiero morir por ellos, ayúdame a vivir para ellos.
Señor: quiero estar con ellos a la hora de la luz."

Pocho Lepratti: la garganta que no podrán callar


Lo último que gritó Claudio "Pocho" Lepratti fue: "¡Hijos de puta, no tiren que hay pibes comiendo!". Lo vociferó desde el techo de la escuela Nº 756 de barrio Las Flores, donde trabajaba en el comedor. Un policía le respondió con un disparo en la traquea. Pero lo que no sabía el asesino, Esteban Velásquez, era que jamás cerraría las palabras ni el ejemplo de "Pochormiga".
El 18 de diciembre de 2001, en consonancia con el resto del país, la policía comenzó a desplegar el aparato represivo en Santa Fe. "Las Flores es un barrio sumamente castigado por la desocupación. El reclamo frente a supermercados y en distintos lugares estaba sumamente activo. Montaron un operativo muy fuerte y él estaba dentro de la escuela cuando cae la policía haciendo disparos al aire. Pocho sale al techo de la escuela, pidiendo que no tiren que había pibes comiendo. Bajan dos policías. Uno, Esteban Velásquez, es el que le dispara y le atraviesa la garganta. Los compañeros lo llevan al hospital, pero a los pocos minutos muere", narra Carlos Nuñez, director de la Biblioteca Popular Pocho Lepratti.

Tenía 35 años cuando el 19 de diciembre lo asesinó Velásquez, quien fue sentenciado a 14 años de prisión. Hubo un intento por parte del gobernador santafesino Jorge Obeid de que se reviera el fallo. Los testigos reafirmaron sus declaraciones y se ratificó la condena. Al respecto, Nuñez sostiene que si bien "la condena fue hacia quien disparó, la orden claramente fue determinada por Reutemann, que era el gobernador, por Lorenzo Domínguez (ministro de gobierno), por Enrique Álvarez (subsecretario de seguridad), por todos los que estaban a cargo de la supuesta seguridad.
Se definia como un cristino revolucionario. "Él estaba comprometido con la fe cristiana, pero con una opción de cambio. Pocho estaba preparándose para "hermano coadjutor" en la localidad de Funes. Había estado haciendo trabajos en los barrios, quería ir a trabajar ya y desde la Iglesia le planteaban que iba a haber tiempo. Pocho no quería esperar, quería ir en ese momento. Cuando estaba próximo a recibirse, se va. Sigue con otros votos que nunca abandonó, el de pobreza y de castidad, pero abandona el voto de obediencia". De este modo, Claudio decide vivir en una villa de Rosario, en el barrio Ludueña Norte. "Se va a vivir directamente allá y empieza a trabajar junto con un cura, Edgardo Montaldo, que es una referencia de hace más de 30 años en Ludueña. Ahí crea cerca de 10 grupos juveniles", relata Nuñez.
Nosotros con Pocho veníamos haciendo desde 1999 un trabajo de talleres con trabajadores desocupados; desocupación y salud mental, sobre HIV, trabajo infantil, donde participaban chicos, algunos del Movimiento de Chicos del Pueblo, de La Vagancia (se refiere a uno de los grupos que creó y coordinó Pocho) y otros grupos. Fue a partir de ahí donde nosotros estrechamos mucho más la relación. Ese era un espacio donde también había gente del movimiento de Derechos Humanos y trabajadores. A partir de ahí nos relacionamos con Gustavo Martínez y Gustavo Brufman, que son dos compañeros de la Biblioteca, con los que Pocho trabajaba de hace muchísimos años".

Nuñez, Martínez y Brufman, junto con otras personas, idearon la creación de la Biblioteca Popular Pocho Lepratti, que funciona desde el 18 de febrero de 2002 y que cuenta con distintos talleres. "La idea es recuperar, a partir de la educación popular, el trabajo que Pocho venía haciendo en contra de la exclusión social y por una sociedad participativa. Tenemos toda una serie de talleres de arte, de teatro, de guitarra, de murga. También de serigrafía, que es donde los pibes aprenden un oficio y además es el espacio desde donde salen las banderas, las remeras y todo lo que tiene que ver con la identidad en este espacio", describe Carlos. Y agrega: "Funcionamos a través de talleres de reflexión interna, donde analizamos la práctica de lo que venimos haciendo, la incidencia y la vinculación con otros movimientos sociales. En tres años estamos muy contentos del trabajo que se viene haciendo. Sabemos que el camino es largo. Como Pocho lo planteaba es un camino de hormiga". Hoy a Pocho lo llaman "Pochormiga". Carlos explica que la unión de las dos palabras "viene después de que lo matan, como manera de reivindicar el trabajo. Es como la memoria colectiva: muchas veces parece imperceptible, que no está, que no tiene efecto, pero es la acumulación de trabajo sostenido lo que va dejando una simiente".

Su característica era que se movilizaba en su bicicleta y que siempre estaba dispuesto a ayudar a su prójimo.

Claudio ―Pocho para todos sus amigos― era "un pacífico, comprometido con el barrio; el sueldo que sacaba en la escuela lo ponía a disponibilidad de la gente de la villa que lo necesitaba", cuenta, con marcada tristeza, el padre Néstor Gastaldi.

"El ángel de la bicicleta, le decíamos, porque andaba en su bicicleta, estaba enterándose y buscando la ayuda para cada familia", recuerda el padre.
Después de aquel asesinato, por las calles de Rosario se ven las pintadas con una bicicleta alada, recordando a "Pocho".

Pocho Lepratti fue inspiracion de Leon Gieco, quien en un pequeño y gran homenaje compuso un tema " el angel de la bicicleta"..

http://www.youtube.com/watch?v=_cvb3g7bHUI

martes, 10 de mayo de 2011

Zonceras Argentinas y Otras Yerbas al tope de ranking de ventas


Datos proporcionados por el Grupo ILHSA, que el libro "Zonceras argentinas y otras yerbas", encabeza el listado de los libros de no ficción más vendidos entre el 2 y el 8 de mayo, en la ciudad de Buenos Aires y en las distintas provincias.

Este buen recibimiento es una alegría y mucho más satisface por el Hospital Garrahan, que recibirá los dineros obtenidos en la venta de Zonceras.

lunes, 9 de mayo de 2011

DE LOS TOLDOS AL MUNDO


NUEVO MONUMENTO QUE CON MOTIVO DEL 92 NATALICIO DE EVITA SE INAUGURÓ FUE EMPLAZADO FRENTE A LA ESTACIÓN DE FERROCARRIL. ASISTIÓ EL GOBERNADOR SCIOLI, ENTRE OTRAS AUTORIDADES

"Cada uno debe empezar a dar de sí todo lo que pueda dar, y aún más. Solo así construiremos la Argentina que deseamos, no para nosotros, sino para los que vendrán después, para nuestros hijos, para los argentinos de mañana", Evita