domingo, 30 de enero de 2011

La influencia del peronismo en Ernesto Guevara, CACHO EL KADRI



Nacido el 14 de junio de 1928, Ernesto Guevara tendrá 18 años cuando el peronismo le gana las elecciones a la “Unión Democrática” y alza sus banderas de soberanía política, independencia económica y justicia social.

En ese período de transformaciones históricas decisivas, que marcarán un antes y un después en la política argentina, el joven Guevara estudiará medicina entre 1947 y 1953. Sus padres pertenecían al Partido Comunista de entonces, y algunas de sus amigas, como Tita Infante, a la Federación Juvenil Comunista. En este ambiente, Guevara recibirá materiales para leer y seguramente escuchará las críticas de “demagogia, lumpenaje, trabajadores sin conciencia de clase, liderazgo totalitario, etc.” que se hacían habitualmente contra el peronismo.

Sin embargo, esa influencia no determina su militancia partidaria y en la formación del joven Guevara influirá mucho más sus contactos directos con la gente, las vivencias y experiencias que irá acumulando en su relación con los trabajadores, en sus viajes y trabajos, en esa otra forma de adquirir sabiduría que da la vida cuando se está en contacto con el pueblo.

En este sentido, su primera esposa Hilda Gadea afirma: “me contaba que participó en algunas manifestaciones antiperonistas con su padre; que en la Universidad trabajó al lado de la Juventud Comunista por poco tiempo, pero que se separó porque estaban muy alejados del pueblo. Que él salió de la Argentina no por motivos políticos, sino para conocer a fondo los problemas de Latinoamérica, pero que comprendía, ya fuera de Argentina, que Perón había emprendido una lucha contra la oligarquía y el imperialismo, y que en el campo social promulgó leyes de protección a los obreros”.

En 1946 trabaja unos meses como analista de suelos en la construcción de caminos en Bell Ville y Villa María (Córdoba), compartiendo con los trabajadores de vialidad un ambiente de compañerismo que lo lleva a ser “licuados de frutas con la mezcladora de suelos, que distribuye entre todos ellos”. ¿Qué otra que peronistas podían ser aquellos trabajadores?

Y en su participación en las Olimpíadas Universitarias celebradas en Tucumán en 1949, no podía ignorar los festejos con que Perón celebraba en esa misma ciudad la Declaración de la Independencia Económica, cuando anunciaba la nacionalización de los ferrocarriles, puertos, gas, teléfonos, comercio exterior, etc., y sancionara la nueva Constitución Nacional, cuyo artículo 40 proclamaba la propiedad inalienable e imprescriptible de las riquezas del suelo y subsuelo de la Nación, según una fórmula que ya se encontraba en la Constitución aprobada por la Revolución Mexicana en 1917, y que años más tarde vería aplicar en Bolivia o Guatemala.

Y al año siguiente, 1950 año del Libertador General San Martín, cuando se lanza a recorrer en una bicicleta Northon con un motorcito Cucchiolo, 4500 kilómetros de rutas que tocan las provincias de Córdoba, Santiago del Estero, Tucumán, Salta, Jujuy, Chaco, Formosa, Catamarca, La Rioja, San Juan, Mendoza, San Luis, Santa Fe, y Buenos Aires, qué otra cosa que puro pueblo le irá impregnando su conciencia, si él mismo critica en una carta que “no se conoce así a un pueblo (visitando sus monumentos) porque su alma está reflejada en los enfermos de los hospitales, los asilados en la comisaría o el peatón ansioso con quien se intima. Pero todo esto es muy largo de explicar y quién sabe si sería entendido”. ¿Y qué otra cosa que peronista es aquella gente del pueblo que lo recibe y acoge, que los ayuda y acompaña, que despierta su asombro con anécdotas de un “antes” de explotación y miseria y un “presente” de dignidad y trabajo gracias a Evita y Perón?

¿Qué otra cosa verá/palpará/sentirá cuando al año siguiente se embarque en los buques de la Flota Mercante del Estado, instrumento de soberanía e independencia con la que el peronismo enfrenta el monopolio inglés y norteamericano del flete marítimo? Los “gauchos al timón” del Florentino Ameghino, San José, General San Martín, no pueden haber dejado de contarle al enfermero Guevara, entre mate y mate, que en 1947 el presidente Perón ordenó a los buques argentinos romper el bloqueo de los puertos de Guatemala, efectuado por Estados Unidos y Europa en “represalias” por el Código de Trabajo sancionado por Arévalo. Quizás le hayan contado también de las armas de Fabricaciones Militares que, en secreto, transportaron esos barcos hacia aquella Guatemala bloqueada…

En 1952 no estará en la Argentina cuando se produzca la muerte de Evita, sino recorriendo “nuestra Mayúscula América que me ha cambiado más de lo que creí”. Chile, Perú, Colombia, Venezuela, el leprosario de San Pablo, donde al festejar su cumpleaños dice:

“Creemos, y después de este viaje más firmemente que antes, que la división de América en nacionalidades inciertas e ilusorias es completamente ficticia. Constituimos una sola raza mestiza que desde México hasta el Estrecho de Magallanes presenta notables similitudes etnográficas. Por eso (…) brindo por Perú y por América Unida…”.

Sin embargo, a su regreso el 31 de agosto, debe haber tenido que sentir ese ambiente de pesadumbre y tristeza que embargaba a la gran mayoría del pueblo argentino por la pérdida de la abanderada de los humildes; y habrá repudiado con seguridad a los que escribieron “Viva el cáncer” y festejaron la muerte de su enemiga de clase. Y todo ello a pesar del aislamiento voluntario en que se encierra para estudiar y rendir entre octubre y noviembre una decena de materias en la Facultad de Medicina.

En 1953 termina su carrera y recibe su diploma de médico, firmado por el doctor Jorge Taiana, preparándose de inmediato para viajar al leprosario de San Pablo, en la selva amazónica, donde había prometido regresar para trabajar con su amigo Granados. Desde el 7 de julio cuando parte de la estación Retiro hacia Bolivia, hasta el 25 de noviembre de 1956 cuando se embarca con Fidel Castro, en Tuxpan, Veracruz, México, en el “Granma” rumbo a Cuba, mantiene abundante correspondencia con su familia. En ella encontramos algunas referencias suyas sobre el gobierno de Perón y los movimientos en su contra, protagonizados por la oligarquía ganadera, la iglesia católica, los partidos autodenominados democráticos a los que se sumaban también los de la izquierda institucional, y algunos sectores de las fuerzas armadas, particularmente de la marina, todo lo cual terminará con el derrocamiento de Perón.

Enterado del bombardeo a la Plaza de Mayo realizado el 16 de junio de 1955 por los aviadores navales y los políticos “democráticos” que los acompañaron, que provocó centenares de víctimas entre los trabajadores que acudieron a defender a Perón, similar al que un año antes el doctor Guevara había vivido en Guatemala, cuando aviones norteamericanos bombardearon la ciudad para forzar el derrocamiento del presidente constitucional Jacobo Arbenz, le escribe a su madre:

“Otros, para quienes no hay escapatoria posible ante la historia es para los mierdas de los aviadores que después de asesinar gente a mansalva (en la Plaza de Mayo bombardeada el 16 de junio de 1955) se van a Montevideo a decir que cumplieron con su fe en Dios: es impresionante que la gente llore porque le quemaron su iglesia dominguera, pero le parece la cosa más natural del mundo que revienten la cantidad de ‘negros’ que reventaron. No te olvides que muchos de ellos fueron a morir por un ideal, pues eso de la compulsión no puede ser cierto sino en parte, en todo caso, y que cada ‘negro’ tenía su familia a quien mantener, y que los tipos que dejan en la calle a la familia del ‘negro’ son los mismos que se van al Uruguay a darse golpes de pecho por la hazaña de machos. Otra cosa importante es la cantidad de ‘gente bien’ que murió fuera de los casos fortuitos, eso mismo indica el carácter de la gente que iba a derrocar a Perón y el futuro que esperaría a una Argentina gobernada por un Olivieri o por un Pastor, que para el caso es lo mismo; el ejército solamente se queda en sus cuarteles cuando el gobierno que sirve, sirve a sus intereses de clase, y lo único que cambiarían es cierto exterior democrático como se ve en México, donde la podredumbre más grande está encubierta por formas pseudodemocráticas de convivencia. Olivieri o Pastor, o el que fuera, tirarían o tirarán -que todavía no se aclaró del todo-, contra el pueblo, a la primera huelga seria, y entonces no habrá chicos de Inchauspi que mueran, pero matarán a cientos de ‘negros’ por el delito de defender sus conquistas sociales, y La Prensa dirá muy dignamente que es ciertamente muy peligroso el que trabajadores de una sección vital se declaren en huelga y, aún más, recurran a la violencia para ganarla como sucediera en el caso de marras en que se disparó contra la policía, mal o bien esto no ocurrió sino muy esporádicamente con Perón, y para mi cuenta más que la gente conocida…”.

Tiempo después, cuando se ha producido el movimiento conocido como Revolución Libertadora, que dará por tierra con el gobierno constitucional de Perón y proscribirá el peronismo, intervendrá los sindicatos y encarcelará miles de dirigentes obreros, adherirá de inmediato al Fondo Monetario Internacional, anulará las conquistas sociales alcanzadas, etc., etc., el doctor Guevara escribe:

“Te confieso con toda sinceridad que la caída de Perón me amargó profundamente, no por él, por lo que significa para toda América, pues mal que te pese y a pesar de la claudicación forzosa de los últimos tiempos, Argentina era el paladín de todos los que pensamos que el enemigo está en el Norte. Para mí, que viví las amargas horas de Guatemala, aquello fue un calco a distancia, y cuando vi que junto a las noticias leales (es raro llamarlas así) se escuchaba la voz de Córdoba, que teóricamente estaba ocupada, empecé a ver mal la situación, después todo sucedió exactamente igual (…) El Partido Comunista, con el tiempo, será puesto fuera de circulación, y tal vez llegue un día en que hasta Papá sienta que se equivocó”.

Y al mes siguiente, cuando ya la reacción en caliente había dejado paso a la reflexión, el doctor Guevara le escribe a su tía:

“Yo no se bien qué será, pero sentí la caída de Perón un poquito. La Argentina era una ovejita gris pálido, pero se distinguía del montón; ahora ya tendrá el mismo colorcito blanco de sus 20 primorosas hermanas: se dará misa con mucha asistencia de agradecidos fieles, la gente bien podrá poner en su lugar a la chusma, los norteamericanos invertirán grandes y beneficiosos capitales en el país, en fin, un paraíso. Yo francamente no sé por qué añoro el color gris de la ovejita…”.

A su vez su esposa Hilda Gadea nos brinda un testimonio de primera mano del sentimiento que embargaba al doctor Guevara cuando llegaban las noticias del derrocamiento de Perón: “Vino temprano del hospital: esa tarde no fue a ninguna parte. Estaba apesadumbrado: ‘Tenías razón, ha renunciado, no se ha peleado, pero el pueblo ha querido pelear, se ha reunido en Plaza de Mayo y lo han ametrallado’. A mí también me dolía la noticia. Ernesto consideraba que la situación tenía que ser muy difícil por la confabulación de tantas fuerzas en contra del régimen, pero hasta el último momento confió en que el general Perón recurriría al pueblo, lo armaría y lucharía contra sus enemigos. Hacíamos este análisis cuando tocaron a la puerta. Fue él a abrir: eran los peruanos Rasgada y el poeta Gonzalo Rose con el puertorriqueño Juan Juarbe y Juarbe. ‘Aquí estamos llorando los acontecimientos’, a manera de saludo les dijo Ernesto; ellos también venían a comentar la caída de Perón. Todos sentíamos lo mismo: pesadumbre porque no se recurrió al pueblo para defender un régimen que había dado muchas reivindicaciones a los trabajadores. Para Ernesto fue un fuerte golpe la caída de Perón, se convenció una vez más de que el imperialismo norteamericano intervendría descaradamente en nuestro continente y que era necesario luchar contra él, con la ayuda del pueblo”.

En 1960, ya triunfante la revolución Cubana, el escritor argentino Ernesto Sábato le escribe a su “Admirado Guevara” una carta en la que le informa sobre un equívoco histórico por el que “la Revolución Cubana fue saludada con alborozo por la oligarquía argentina en pleno porque veía en ella la continuación o equivalente de la revolución de 1955 contra el peronismo (…) como consecuencia, la inmensa mayoría del pueblo trabajador tomó posición contra ustedes. Puede leerse en barrios obreros del Gran Buenos Aires enormes carteles que decían “Viva Perón, muera Fidel Castro” (…) ¿Cómo puede haberse llegado a una situación tan equívoca y hasta paradojal? El análisis nos llevaría muy lejos (…) cuando en la época de nuestra famosa Unión Democrática tantos intelectuales de “izquierda” marchábamos al lado de conservadores como Santamarina y señoras de la sociedad, deberíamos haber sospechado que algo estaba funcionando mal (…).

Cuando en momentos en que se producía la revolución de 1955 yo vi modestas sirvientitas llorando en silencio, pensé (por fin) que los árboles nos habían impedido ver el bosque y que los afamados textos en que habíamos leído sobre revoluciones químicamente puras nos habían impedido ver con nuestros propios ojos una revolución sucia (como siempre son los movimientos históricos reales) que se desarrollaba tumultuosamente ante nosotros (…).

Usted, como yo, fue uno de los estudiantes e intelectuales de izquierda que rehuyeron la personalidad equívoca demagógica de Perón, con la diferencia de que usted luego se ha mantenido lejos de nuestra realidad, y nosotros, en cambio, vivimos todo el proceso, incluso el revelador proceso de la “Revolución Libertadora” (en este país todo empieza con mayúsculas, pasa luego a minúsculas y finalmente termina entre comillas)”.

Sábato terminaba su carta pidiéndole a Guevara: “es fácil advertir la enorme trascendencia que tendría un reexamen del movimiento cubano en relación con el movimiento popular de Argentina. ¿Quién sería capaz de parar un proceso combinado de esta envergadura? Usted, Guevara, por su decisión, por su valentía, por la claridad de ideas que todos encomian, puede ser uno de los factores decisivos de este reencuentro”.

Guevara, ya comandante y Ministro de Industrias, le contesta de manera tal que confirma su justa visión del peronismo, incluso desde la época en que tantos preclaros intelectuales se confundían, y le recuerda que “pertenezco, a pesar de todo, a la tierra donde nací y que aún soy capaz de sentir profundamente todas sus alegrías, todas sus esperanzas y también, sus decepciones”.

“Sería difícil explicarle por qué ‘ésto’ (la Revolución Cubana) no es Revolución Libertadora, quizás tendría que decirle que le ví las comillas a las palabras que usted denuncia en los mismos días de iniciarse, y yo identifiqué aquella palabra con lo mismo que había acontecido en una Guatemala que acababa de abandonar, vencido y casi decepcionado (…) No podíamos ser “Libertadora” porque no éramos parte de un ejército plutocrático sino éramos un nuevo ejército popular, levantado en armas para destruir al viejo; y no podíamos ser “Libertadora” porque nuestra bandera de combate no era una vaca sino, en todo caso, un alambre de cerca latifundaria destrozado por un tractor, como es hoy la insignia de nuestro INRA. No podíamos ser “Libertadora” porque nuestras sirvientitas lloraban de alegría el día en que Batista se fue de La Habana y hoy continúan dando datos de todas las manifestaciones e ingenuas conspiraciones de la gente Country Club que es la misma gente Country Club que usted conociera allá y que fueran a veces sus compañeros de odio contra el peronismo”.

Guevara seguirá conectado con la realidad Argentina y valorará la lucha de la Resistencia Peronista con su historia cargada de héroes y mártires, de los fusilados y asesinados en el basural de José León Suárez, en junio de 1956, de los cuales seguramente Rodolfo Walsh le contará la historia; de la fuga del penal de Río Gallegos, el atentado contra Perón en Caracas, la huelga de telefónicos, bancarios, carne, seguros, portuarios, y el pacto Perón-Frondizi, que le contará John William Cooke, desde su primer viaje a Cuba en abril de 1960; o de la ocupación del Frigorífico Lisandro de la Torre, los 1566 atentados cometidos por esa Resistencia Peronista entre el 1º de mayo de 1958 y el 30 de junio de 1961 (informe del Ejército, del 19 de octubre de 1961); del plan Conintes o del triunfo de Framini en las elecciones del 18 de marzo del ’62, que le contarán Sebastián Borro, Jorge Di Pascuale y “el Gordo” Jonch, enviados especiales de Juan Perón, con credenciales y todo; de la formación de cuadros para la lucha revolucionaria, que le pedirá Gustavo Rearte, líder del Movimiento Revolucionario Peronista…

Es el propio Comandante Guevara, según múltiples testimonios de argentinos y de cubanos, quien por su formación y comprensión de la realidad argentina, insistirá para que las puertas de Cuba permanezcan siempre abiertas a todos los militantes peronistas, y ello a pesar de los prejuicios y sectarismos a veces imperantes, originados en la deformación de la realidad política argentina, que transmitían tanto algunos dirigentes del Partido Comunista argentino de entonces, como otros representantes de la izquierda tradicional, para justificar sus propias líneas políticas. Esos dirigentes también pretendían “monopolizar” el contacto con Cuba como una forma de mantener “la manija” o supremacía sobre otras organizaciones. Basten dos muestras de estas desinformaciones: cuando Cooke llega por primera vez a Cuba los servicios de seguridad lo detuvieron porque estaba señalado como “peligroso terrorista” (lo cual era cierto, pero no un delito, sino un honor para los peronistas que luchaban contra el gobierno entreguista de Frondizi) y tuvo que intervenir el propio Che para sacarlo de esa situación. Y otra vez, cuando un compañero peronista participaba de un festival mundial de la juventud en Moscú y habló un 26 de julio sobre el aniversario del asalto al Moncada por Fidel Castro y lo unió al recuerdo de la muerte de Evita, fue atacado como “fascista”…

El propio Cooke recordaba que “cuando llegamos Alicia (Eguren, su compañera, detenida desaparecida por la dictadura militar) y yo a Cuba, el peronismo tenía la leyenda negra difundida por nuestros enemigos”. Pero en otra carta anterior manifestaba su satisfacción porque en solo dos años de trabajar en Cuba “al peronismo se lo respeta y no hay campaña en contra. Los discursos de Fidel nos mencionan elogiosamente. La televisión y la prensa difunden nuestros mensajes y triunfos. Los equívocos iniciales desaparecieron por completo y se nos valora como corresponde. Mi acción personal ha contribuido a estos resultados”.

En un asado para celebrar la revolución del 25 de mayo de 1810, del que participan dirigentes comunistas, socialistas en ruptura con su partido y también Cooke, el Comandante Guevara se dirige a ellos y les dice: “Los exhorto a aprestarnos a celebrar otro 25 de mayo no ya en esta tierra generosa (Cuba), sino en la tierra propia y bajo los símbolos nuevos… bajo el símbolo de la construcción del Socialismo. Cuba y la revolución de 1810 no son nada más, ni nada menos, que la exposición de cómo los pueblos pueden ganar su victoria”.

Con esa idea que fue siempre la suya, de regresar a luchar en Argentina, Guevara impulsó y preparó en 1964 la formación del Ejército Guerrillero del Pueblo, que dirigiera el periodista Jorge Ricardo Massetti, Comandante Segundo, y que comenzó su etapa de preparación e instalación en el Norte de Argentina. Los pocos jóvenes comunistas de Córdoba y Capital que se sumaron a ese movimiento, fueron expulsados de la Federación Juvenil Comunista y descalificados como “aventureros”, “voluntaristas” y “pequeño-burgueses”… Calificativos similares recibieron de algunos dirigentes trotskistas, cuando lo que los compañeros del EGP (entre los cuales se encontraban algunos cubanos del riñón del Che), necesitaban entonces, en ese preciso momento histórico, era el apoyo de quienes debían ser sus compañeros de la izquierda, y que para sorpresa del propio Che, los llenaban de adjetivos calificativos pero no de solidaridad, salvo honrosas excepciones.

Por eso resaltó aún más la actitud de la gente del Peronismo, de Cooke, Armando Jaime, Rearte, Rulli, Valotta y su periódico “Compañero”, o del Movimiento de la Juventud Peronista y su periódico “Trinchera”, que en medio del Plan de Lucha de la CGT y del Operativo Retorno del General Perón, saludaban como “compañeros de lucha” y preparaban planes para rescatarlos, a quienes de verdad seguían las enseñanzas del Che.

Por supuesto que esos calificativos “aventureros, pequeños burgueses, voluntaristas”, surgían debidamente fundados en abundantes citas de clásicos marxistas, y cuando la represión castigaba a los que osaban seguir ese camino revolucionario, los burócratas grises de las revoluciones con escuadras y tiralíneas, proclamaban sin vergüenza alguna que ellos ya lo habían previsto y que ese golpe a los compañeros era la demostración de la justeza de sus líneas políticas y la comprobación del acierto de su justa valoración de las condiciones objetivas, subjetivas y del Estado actual de la lucha de clases. No lo hacían porque fueran malos sino porque se habían transformado en burócratas, recitadores de fórmulas y asalariados de aparatos que más que partidos, parecían sociedades anónimas. Por otra parte, esa descalificación llegaba al agravio de atribuirle al Che y sus seguidores, la sobrevaloración del foco guerrillero y el desprecio por otras formas de organización y lucha, como si hacer la revolución para el Che fuera cuestión de minorías armadas y no de mayorías trabajadoras, o de puntería y no de ideología.

Desde el peronismo sin tanto catecismo dogmático, con mucho sentido común y una voluntad de lucha nacida de nuestra propia historia y amasada al calor de proscripciones, persecuciones, cárceles y exilio, pero también con la experiencia que nacía de la práctica social de la violencia, de las huelgas insurreccionales y de los proyectos de golpes o “revoluciones militares”, se gestaron las Fuerzas Armadas Peronistas (FAP) que para sorpresa de muchos instaló en Taco Ralo, Tucumán, en septiembre de 1968, la primera guerrilla surgida en toda América Latina después de la muerte del Che Guevara.

Ese mérito del peronismo de haber sido de los primeros en seguir el ejemplo del Che, de haber recogido el fusil del compañero caído, nada ni nadie nos lo podrá quitar. Fuimos y ese es nuestro orgullo, hermanos del Che en la lucha concreta, en la que se da, aunque se pierda. Y aquel gesto revolucionario alumbró la voluntad de lucha de miles de jóvenes que se sumaron a la pelea, desde el propio peronismo, del marxismo, del cristianismo, del trotskismo, de todos los que supieron sentir como propia cualquier injusticia cometida contra cualquier ser humano.

Y la justeza de esa decisión de lucha no la opacó el fracaso personal de quienes fuimos detenidos en esa guerrilla, sino que se vio redoblada en las series de insurrecciones populares que culminaron apenas nueve meses después en el Cordobazo; y en el surgimiento de otras organizaciones como Montoneros, Fuerzas Armadas Revolucionarias, Ejército Revolucionario del Pueblo, Fuerzas Argentinas de Liberación y muchas más que mostraron que el ejemplo del Comandante Guevara prendía en una juventud que aprendió a vivir, luchar y morir por transformar el mundo y construir el Hombre Nuevo.

Para finalizar esta aproximación a la naturaleza de las relaciones entre el peronismo y el Che, terminamos rescatando algunos párrafos del homenaje que el General Perón rindiera públicamente, en octubre de 1967, a nuestro compañero y hermano mayor Comandante Ernesto Che Guevara.

“El peronismo, consecuente con su tradición y con su lucha como Movimiento Nacional, Popular y Revolucionario rinde su homenaje emocionado al Comandante Ernesto Che Guevara, guerrillero argentino muerto en acción empuñando las armas en pos del triunfo de las Revoluciones Nacionales en Latinoamérica (…)”.

“Su muerte me desgarra el alma porque era uno de los nuestros, quizás el mejor: un ejemplo de conducta, desprendimiento, espíritu de sacrificio, renunciamiento (…)”.

“Su vida, su epopeya, es el ejemplo más puro en que se deben mirar nuestros jóvenes, los jóvenes de toda América Latina”.

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